Casi pétreo, el tronco eleva
su torcida enramada hacia los cielos
y plectros de acero, las espinosas hojas
al viento arañan y atormentan
arrancándole su silbo huraño y fiero.
Esponjas de la luz en el invierno.
Ajena a la vida se entretiene
ora con la lluvia, ora con el hielo.
El estío no le inmuta; se dilata,
vistiendo el horizonte,
las planicies y los cerros con su sayo.
¿Sabrá la encina de los nidos
que las aves cuelgan de sus ramas?
¿Del universo vivo que su sombra engendra?
Aunque sé que ignoras mi mortal presencia
hoy abrazo tu tronco de áspera corteza;
te saludo, diosa inmortal del bosque y el roquedo,
de fuerza y vida tan paciente ejemplo.
José María de Vicente Toribio
martes, 4 de marzo de 2014
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